domingo, 21 de abril de 2019

La mancha


Todo empezó con una mancha. Era pequeña, del tamaño de una lenteja pero de una forma más irregular y su color variaba entre el grisáceo plomizo y el verde oscuro. Tenía una textura indefinida, muy similar al descarne de un cuero de vaca, eso es lo que me pareció en un principio. Surgió en una de las paredes laterales de mi cuarto de un día para el otro. Al principio, supuse que se trataba de una mancha de humedad y minimicé el hecho, ya que el diminuto tamaño no meritaba mayor preocupación de mi parte. En ese momento no imaginaba, que aquella insignificante alteración de color en la pared, iba a desatar unos de los acontecimientos más aterradores y extraños que haya vivido en toda mi vida.

Ese día me olvide de aquel sombreado apenas perceptible y me fui a trabajar como de costumbre. En el trayecto, compre el diario como lo hacia todas las mañanas en el quiosco de don Saverio y lo fui leyendo mientras viajaba en el subterráneo. Las noticias de ese día parecían ser una copia de las del día anterior. Un hombre había sido asesinado de dos balazos en el pecho al resistirse a un robo, un trágico accidente de autos se había cobrado la vida de cinco personas entre ellas, la de dos niños de apenas tres y once años, un paro en los hospitales públicos amenazaba con hacer colapsar el sistema de salud y el presidente seguía su gira por los países de Asia. Según la crónica del día se encontraba en Taiwán, reunido con su par asiático para tratar de cerrar algún negocio de inversión. 

Finalice mi trabajo a eso de las siete de la tarde y antes de regresar a casa pase a visitar a mi amigo Oscar, ya que había quedado con él que a la salida del trabajo iríamos a tomar unas cervezas. El calor había aumentado al igual que la humedad y la sola idea de beber un par de cervezas bien heladas me producía una sensación de placer anticipado. 

Oscar ya estaba en la puerta esperándome, llevaba puesta su clásica Lacoste de imitación, aunque esta se notaba de una calidad bastante aceptable. Solía tener una docena de ellas, de distintos colores y diseños, pero ninguna original. Su pensamiento era tan racional, que muchas veces terminaba por convencerme de que no valía la pena gastar el costo de cuatro imitaciones en una remera original. 

Nos saludamos con el afectuoso abrazo de siempre y partimos rumbo a la confitería que estaba en la esquina a bebernos una refrescante cerveza. Como el calor parecía no querer aflojar y Oscar no quería dejar el vicio del cigarrillo, nos sentamos en una pequeña pero confortable mesa que estaba en la vereda. 
El mozo no tardó en aparecer y al cabo de unos minutos estábamos disfrutando del espumoso y amargo sabor de lúpulo y la malta en nuestras gargantas, ávidas de la refrescante bebida.

Durante las dos horas que estuvimos juntos, bebimos cuatro cervezas y hablamos de un montón de temas, entre ellos de mi reciente separación después de casi ocho años de accidentado matrimonio. Desafortunadamente, Lucia y yo no habíamos podido tener hijos, una papera mal curada en mi mejor estado reproductivo, había acabado con todas mis ilusiones de poder tener descendencia. En nuestros momentos de paz y armonía debatíamos sobre la posibilidad de adoptar un niño, pero nunca pudimos llegar a un acuerdo consensuado. Siempre surgían los peores aspectos de nuestra personalidad y esa conversación que había comenzado de manera amena y civilizada, terminaba, en un duro enfrentamiento verbal e incluso físico, con algún que otro objeto de la casa roto. En el fondo, y a la altura de los acontecimientos que sucederían luego, agradecía a Dios, aunque ahora dude de su real existencia, que aquella papera, me hubiera dejado estéril. 

Luego de despedir a Oscar, regrese a casa como a eso de las de diez y media de la noche, estaba un poco mareado, debido a las cuatro cervezas que había tomado, pero lo suficientemente lúcido como para ir caminando sin inconvenientes. Un leve viento del sur comenzó a levantarse haciendo descender la temperatura en unos cuantos grados, hecho que me dio un poco de respiro al sofocante calor que había sufrido durante todo el día. 

El departamento se mantenía bien fresco gracias al aire acondicionado que permanecía encendido. Lo primero que hice cuando llegué, fue ir a darme una gratificante ducha para luego dirigirme a la cocina a cenar algo, ya que con Oscar solo habíamos bebido. En la heladera no había demasiado, algo de fiambre, un par de tomates a punto de convertirse en conserva y nada más. Retire unos panes de la alacena y con el fiambre y los tomates preparé unos sándwiches que deglutí rápidamente con un vaso de gaseosa bien fría, mientras miraba algo de televisión. El sueño comenzó a vencerme y antes de que me quedara dormido en el sillón del living, apague el televisor y me encamine a mi cuarto con la intención de irme a dormir. 

Cuando encendí la luz, algo hizo que mi atención se desviara hacia la pared lateral. Era la mancha otra vez. Ahora se la veía mucho más grande y oscura, calcule en ese momento, que desde que me fui a la mañana hasta que regrese, la misma había crecido aproximadamente unos dos o tres centímetros, lo que hacia, que ahora fuera mucho más visible. 

Intrigado me acerque a ver que era lo que había sucedido con aquella mácula y comprobé que no solo su tamaño había cambiado sino también su color y su textura. Ahora, el color gris plomo de la mañana se estaba transformado en un verde petróleo muy intenso, casi negro y al pasar la yema de mis dedos sobre ella pude comprobar que ya no tenia la misma estructura al tacto, ahora, era como si tocara una superficie mucho más rugosa, áspera o porosa, incluso, la pintura blanca a su alrededor comenzaba a descascararse y caía en finas laminas sobre piso. Este hecho motivo mi preocupación he hizo que el sueño se fuera diluyendo lo suficiente como para intentar encontrar una explicación a aquella extraña mancha.

Seguí con la idea de la humedad, pues su aspecto, si bien no era exactamente igual, no difería demasiado de las manchas producidas por las filtraciones de agua. Aquello, me significaba un verdadero problema ya que debía encontrar el punto de filtración y llamar a un fontanero para que me lo solucione, y eso implicaba que seguramente tendría que romper la pared, situación que me provoco una profunda molestia de solo pensarlo. De pronto, me di cuenta que por debajo de aquella pared no pasaba ningún caño de trasporte de agua, que yo supiese, por lo que deduje, que el asunto venía de mi vecino el señor Hubert, quien vivía en el departamento pegado al mío. En una actitud de total conformismo, decidí que lo mejor era dormir y mañana a primera hora iría a ver al señor Hubert para contarle lo sucedido y que él haga revisar sus cañerías y repare la filtración. 

El señor Hubert era un anciano de setenta y ocho años que vivía solo, gracias una pensión militar que cobraba como oficial del ejército retirado. Su carácter no era el mejor y varias veces habíamos tendido algún que otro encontronazo por cuestiones relacionadas con la convivencia, pero ninguna había pasado a mayores y siempre habíamos dirimido nuestras cuestiones a la manera de dos caballeros del siglo 18. Estaba seguro que esta vez me costaría hacerle entender que su caño roto estaba produciéndome un grave problema en mi pared, pero no dudaba que gracias a mis buenas dotes histriónicas y de oratoria, lograría convencerle que debía hacerlo reparar cuanto antes y así evitar inconvenientes mayores. 

Esa noche dormí, algo intranquilo, tuve reiteradas pesadillas en las que veía como aquella mancha, ahora de enormes dimensiones y de un rojo sangre, me devoraba como una serpiente cuando se traga a una rata. Esos desagradables sueños, hicieron que me levantara intranquilo, con un cierto escozor recorriéndome todo el cuerpo. 

Lo primero que hice al levantarme fue verificar el estado de la mancha y para mi asombro su tamaño se había triplicado y ahora ocupaba una importante porción de la pared. La blanca pintura parecía ahora una piel enferma, afectada por algún tipo de eczema purulenta que reventaba hacia afuera como las negras pústulas de la viruela. 

La situación se estaba complicando cada vez más y si no actuaba rápidamente, en un corto tiempo la mancha de humedad se extendería por toda la pared como un maligno tumor fulminante, de esos que consumen al enfermo en apenas unas semanas. 

Me acerque a la mancha para observarla con mayor detenimiento y percibí que aquella extensión oscura que se apoderaba de mi blanca pared, poseía algo extraño, algo que no podía comprender ni explicar, pero que me hacia pensar que no era solamente una mancha de humedad. Parecía tener vida, como si reptara por la pared. Inmediatamente, las pesadillas de la noche volvieron a mi mente, ominosas y presagiantes. En solo una fracción de segundos traté de borrar esas imágenes y de racionalizar lo que estaba pasando dentro de la lógica posible, no podía dejar que mi mente divagara con pensamientos fantásticos e increíbles, así que volví a la idea de que aquella mancha no era otra cosa que la filtración de agua proveniente de algún caño roto perteneciente al señor Hubert. ¡Que equivocado que estaba!

Me cambie de ropa, salí al palier y me dirigí al departamento B, con la firme convicción de hablar con el señor Hubert acerca del incidente. Me pare frente a su lustrosa puerta y toque timbre. Si bien el señor Hubert vivía solo, tres veces a la semana hacia venir a una señora para la limpieza y entre unas de sus prioridades era lustrar con cera la puerta de madera de su departamento, al punto de que si no lo hacia era capaz de despedirla. Espere unos segundos y no respondió. Sabia que por su formación militar el señor Hubert padecía la típica sordera del soldado, por lo que supuse que no había escuchado el sonido del timbre, así que volví a tocar con mayor insistencia. Como el señor Hubert no respondió, hice un nuevo intento, esta vez combinando el timbre con golpes a la puerta. Tampoco obtuve resultados. El hecho de que no me respondiera hizo que mis temores se incrementaran. Mire mi reloj y me di cuenta que era la hora en que el señor Hubert solía hacer sus caminatas matinales, por lo que traté de minimizar mi estado de intranquilidad, y como era sábado, decidí que lo mejor era volver más tarde, cuando estuviese de regreso. 

Trate de olvidarme por un rato de aquella confusa situación y me fui a desayunar y a leer el diario en el bar de abajo de casa, como lo hacía todos los días sábados. Luego de desayunar una enorme taza de café con leche con dos medias lunas y haber leído el diario desde la primera hasta última página, regrese al edificio con intención de hablar con el señor Hubert. Volví a golpear su puerta sin obtener ninguna respuesta. Ahora si, comenzaba a preocuparme y a pensar en que quizá el anciano se encontraba muerto en su departamento y que aquella horrible mancha que se filtraban hacia mi apartamento, era producto de los fluidos corporales de la descomposición de la carne muerta. La idea me sonó completamente ridícula, ya que no se percibía ningún olor nauseabundo que me indicara que allí se encontraba un cadáver descompuesto, por lo que desestimé inmediatamente ese estúpido pensamiento.

Me detuve un instante frente a la reluciente puerta del señor Hubert a ordenar mis ideas y ver que era lo mejor para hacer en este caso. Mientras lo hacia, el ruido de ascensor subió lentamente desde la planta baja hasta hacerse perfectamente audible. Se detuvo con el característico ruido de las cuerdas de metal al tensarse. La puerta se abrió y el señor Hubert salió del cubículo del ascensor. Vestía una camisa de mangas cortas de color blanco y unas bermudas azules, su cabello poblado de canas, sobresalía por debajo de una gorra azul oscuro, todo su aspecto era el de un turista extranjero, solo le faltaba la cámara fotográfica colgando de su cuello. Parecía mucho más joven y al verlo pensé en lo bien que llevaba sus setenta y ocho años. Debo reconocer que su presencia me sorprendió. No esperaba verlo, allí parado frente a mi, con su rozagante rostro y su vitalidad manifiesta, como un hombre al que los años lo han tratado con benevolencia. Desde la aparición de la mancha, mi mente había volado demasiado lejos y había tejido infinitas conjeturas, entre ellas la de imaginarlo un cadáver putrefacto, por eso al tenerlo delante de mí, un reconfortante alivio me invadió al saber que no lo estaban consumiendo los gusanos. Al verme frente a su puerta se sorprendió.

- Señor Castello- me dijo con una autoritaria voz que imponía cierto respeto- ¿me busca a mi? 

- Señor Hubert- alcancé a decir sorprendido- en realidad yo... quería hablar con usted por... 

Me detuve, no sabía como continuar, como comenzar a explicarle que el motivo de mi presencia en la puerta de su departamento, era una oscura mancha de humedad en mi pared lindera. 

- ¿Tiene algo que ver con mi Marilyn? – me dijo sin darme tiempo a que pudiera elaborar una explicación plausible. 

Marilyn, era una gata blanca que el señor Hubert tenía como mascota en su departamento. Uno de los tantos problemas por los que habíamos discutido, fue una vez cuando la muy astuta gata se las había ingeniado para saltar a mi departamento aprovechando mi ausencia, una vez dentro hizo uso y abuso de algunos comestibles que había dejado sobre la mesa de la cocina para después rematar su “asalto” con un hermoso regalo que dejó sobre la alfombra del living. Este hecho, motivo que el señor Hubert y yo nos viéramos enfrentados por un largo tiempo. Afortunadamente, las expediciones de Marilyn a mi departamento cesaron y las aguas se aquietaron, en apariencia, aunque la tensión entre ambos, continuó subyacente por espacio de varios meses. 

- No, no tiene nada que ver con su gata- le explique- es por otro tema que necesito hablarle 

El señor Hubert me miro sorprendido, como cuando un niño observa una extraña luz en el cielo y no puede dar crédito de ella. Al ver que sus ojos reflejaban la más pura desazón, comencé a decirle el motivo de mi presencia allí. A medida que le contaba lo sucedido, veía como su rostro iba cambiando de expresión, hasta convertirse en una severa mueca que denotaba preocupación y estupor. 

- Lo que usted me dice no puede ser- argumento cuando finalice mi relato- En mi pared no hay ninguna humedad que pueda estar causando la mancha que usted me cuenta. Esto debe tratarse de algún error. ¿Está seguro que es la pared correcta? 

- Estoy seguro- le retruque en una actitud algo soberbia. Luego me di cuenta de la manera de hablarle y trate de bajar el tono- Tal vez si usted me permitiera pasar a ver... 

El señor Hubert me escudriñó con sus ojos color marrón claro, como estudiándome, en busca de alguna reacción que le hiciera justificar su idea de no hacerme pasar. Finalmente, como vio algo de sinceridad y preocupación en mi rostro, decidió acceder a mi pedido. 

- Está bien – dijo no muy convencido- pase y vea usted con sus propios ojos lo que le acabo de decir. 

Le agradecí con un breve gesto de cabeza, a lo cual el señor Hubert me devolvió el agradecimiento parcamente. Se encamino a su departamento, saco la llave del bolsillo de su bermuda y abrió la impecable puerta. Marilyn salió a recibirlo con un audible maullido, que me hizo recordar a cuando era niño y jugaba hacer ruidos inflando y desinflando un globo lleno de aire. El señor Hubert ingreso a su departamento y yo lo seguí con cierta intranquilidad. 

- Es por aquí – me dijo sin demasiado interés y lo seguí como un becerro recién nacido sigue a su madre. 

El departamento, era idéntico al mío, ya que los arquitectos que habían construido el edificio así lo habían planificado en una clara demostración de que podían ahorrar espacio y abaratar costos. Un vez adentro, me di cuenta que el señor Hubert no disponía de demasiados muebles y que solo tenía los indispensables para una subsistencia confortable y nada más. Allí no había grandes lujos, no sobraban los aparatos electrónicos, sólo un televisor a color Zenith, de los primeros modelos fabricados en los años 80 y una vieja y aparatosa radio Noblex 7 mares era todo lo que allí se podía ver. Los muebles eran también antiguos pero se notaban, de una buena calidad. Una mesa de madera, tan brillante como la puerta, con cuatro sillas forradas en pana verde, coronaba un living despojado de cualquier otro mobiliario. Solo un par de cuadros con antiguos marcos, resaltaban en una de las paredes laterales. 

El señor Hubert ingresó en su habitación y yo fui tras él. Una cama matrimonial, del mismo estilo que la mesa y sillas de living, se ubicaba en el centro del cuarto acompañada de una pequeña mesa de luz y un velador de noche. No había nada más. Aquello, a decir por la austeridad exhibida, parecía un cuatro de hospital público, pero con muebles de estilo. 

- Esa es la pared- dijo el señor Hubert en tono triunfal- dígame, ¿en donde ve usted alguna mancha de humedad? 

Observe la pared y no vi ninguna mancha de humedad sobre ella. La blancura era tal que cualquier imperfección, por más pequeña que sea, se hubiese notado desde un kilómetro de distancia. Me quede completamente anonadado. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Aquella pared no parecía tener ningún problema de filtración alguna, incluso suponiendo que el desperfecto estuviera de mi lado, tampoco se veían rastros de que se estuviese filtrando agua para este sector. El señor Hubert me miraba con aire de “ganador” y una actitud de total soberbia. 

-¿Y qué me dice? – volvió a decir, reafirmando su triunfo 

Realmente estaba abatido, como si un enorme boxeador de peso pesado, me hubiera dado un “appercat” en la mandíbula y arrojado a la lona. Todo a mí alrededor se empezaba a derrumbar y las explicaciones racionales comenzaron a esfumarse de mi mente, como un halo de vapor en una mañana de frío invernal desaparece de la boca. Surgieron entonces los pensamiento más irracionales, esos que uno generalmente intenta desechar por no tener ningún tipo de lógica, esos que uno encuentra en lo cuentos o novelas de terror y que pueblan la imaginación de niños y adolescentes. 

¿Qué era realmente todo esto? 

Intenté argumentar que quizá aquella no era la pared correcta, pero el señor Hubert, en una actitud de completa seguridad, me llevo en un recorrido por todo el departamento para que inspeccionara, una a una, todas sus dependencias. En ninguna pared pude observar una mancha que me llevara a alguna conclusión posible. Desilusionado me despedí del señor Hubert con una sincera disculpa y la amarga sensación de la derrota. Sentía una gran incertidumbre y un profundo temor, respecto a que era lo que se estaba extendiendo sobre la pared de mi cuarto. 

Al ingresar en el departamento, me pareció oír un extraño sonido, algo similar a una garra rasgando la madera. Aquel misterioso ruido me atemorizo, debo reconocerlo, pero me recompuse de inmediato y avancé en dirección al dormitorio. Antes de ingresar, volví a sentir el mismo ruido, pero esta vez fue más fuerte, era como si una enorme cucaracha corriera a esconderse de luz. Aunque estaba visiblemente asustado, abrí de golpe la puerta para ver que era lo que estaba causando el misterioso y espeluznante sonido, al hacerlo, alcance a vislumbrar en una fracción de segundo, como un huesudo brazo desaparecía dentro de la mancha, que ahora de extendía por casi toda la pared. El desagradable brazo, parecía tener un color pálido azulado, similar al de la piel de un cadáver y estaba cubierto de varios moretones del tamaño de una moneda, incluso más grandes. También pude observar que de la punta de sus dedos, si se le podían llamar dedos, colgaban una especie de apéndices, parecidos a las garras de un animal. 

Sencillamente aquello que acababa de ver con mis aterrados ojos, no podía ser real, no podía estar sucediendo realmente. Pero ahí estaba yo, contemplando como la blanca pared que lindaba con el departamento del señor Hubert, era ahora una repugnante mancha negra y pestilente. En su centro, una masa gelatinosa similar a un purulento absceso a punto de estallar, borboteaba como la lava de un volcán ardiente. Todo aquel espectáculo era verdaderamente horroroso y desagradable. Me di cuenta que la mancha se movía como un ser vivo y que se iba extendiendo con rapidez por las paredes laterales. En unos pocos minutos todo el cuarto estaría infectado y eso seguramente sería el fin. Salí corriendo de la habitación con el corazón latiéndome con fuerza y cerré la puerta con llave. Estaba como hipnotizado, no sabía que hacer, a donde ir o a quien recurrir. Me hallaba realmente espantado. La imagen del brazo hundiéndose en la espesa y verdosa gelatina, me causaba un verdadero escalofrío. 

¿Qué era aquel ser que había visto desaparecer dentro de la mancha? ¿Seria peligroso? ¿Habría más? 

Muy asustado y confundido fui hasta living, tome el teléfono y llame a Oscar. Como pude, le explique lo que estaba pasando, al principio, solo emitió una incómoda risita entrecortada y luego me dijo.

- ¿Es una broma, verdad? 

- ¡No, no es una broma!- respondí con la seriedad que merecía el caso- ¡veinte urgente! 

Corté la comunicación con Oscar y me di cuenta que todo mi cuerpo temblaba, como un vaso de agua en medio de un terremoto. Mire hacia la puerta, y un terror primigenio y ancestral me invadió de repente. 

¿Qué cosas estarían sucediendo allí detrás? ¿Qué horrores, surgidos del mismo infierno pulularían por la habitación? 

Mientras pensaba en todo eso, escuché como si algo, o alguien caminaran en el interior del dormitorio, era un sonido, débil, pero lo suficientemente perceptible como para aterrarme. Quise arrimarme para oír mejor pero estaba realmente paralizado por el terror y no podía dar un paso. ¿Qué era ese aterrador sonido? ¿Seria nuevamente ese ser saliendo de la pared? 

El timbre me sobresaltó, cuando me pude recomponer fui hasta el portero eléctrico y le abrí a Oscar. Este subió al cabo de unos minutos y se paro frente a mí con la incredulidad de un ateo.

- Así que tenes una enorme mancha en tu pared y un demoníaco ser acaba de salir de allí para invadir tu departamento- me dijo con una sonrisa burlona recorriéndole el rostro 

- Porque no entras y lo ves con tus propios ojos- le dije muy serio- Ahí hay algo caminado y estoy seguro no es de este mundo 

Oscar, como persona racional y pragmática que era, no dio crédito a lo que acababa de decirle y me pidió la llave. Al principio no quería dársela pero luego al ver su insistencia accedí. Oscar tomo la llave y se encaminó hacia la puerta de la habitación. 

- No entres ahí- le dije con un nudo apretando mi garganta- puede ser peligroso 

- Amigo -me dijo- el peligro está en la calle, es de la gente de quien hay que cuidarse 

Lo que sucedió después fue todo muy rápido, apenas Oscar abrió la puerta pude ver lo que salió de la pared y lo tomo por una de las piernas. Era como una especie de largo brazo gelatinoso con un color verde oscuro, no podía definir bien la forma, pero en la primera impresión eso fue lo que me pareció. El brazo, o lo que fuera, comenzó a sacudir el cuerpo de Oscar como un simple juguete, moviéndolo de un lado para otro, luego lo arrastró hacia adentro. Oscar se tomó con los dos brazos del marco de la puerta en un intento de evitar ser arrastrado por esa monstruosa criatura, pero fue inútil, la increíble fuerza se lo llevo sin demasiado esfuerzo. Yo estaba completamente horrorizado, Oscar gritaba como un cerdo a punto de ser sacrificado y sus gritos me enloquecían y no me dejaban pensar ni actuar, era realmente un espectáculo apocalíptico y yo no podía dar crédito a aquello que estaba observando. Un segundo brazo, apareció de la nada y tomó a Oscar por el cuello. Sus ojos me miraron como pidiendo clemencia, pues sabía que iba a morir de la manera más espantosa.

Nunca olvidare aquellos ojos llenos de horror y como aquel poderoso brazo presionó sobre su garganta, cada vez con más fuerza hasta que pude oír el “crack” de su cuello quebrarse como si fuera una galleta. En ese instante Oscar dejo de gritar. Por la fuerza del golpe supuse que su muerte fue instantánea y en alguna medida esa tonta suposición me hizo pensar en que mi amigo había tenido una muerte sin dolor. Solo fue un instante, porque cuando comprendí la real situación me sentí desvanecer, las piernas se me aflojaron como dos cuerdas que se cortan abruptamente y me desplome al suelo, semi inconsciente, como si un fuerte narcótico hubiera hecho estragos en mi cerebro en apenas segundos. Desde el piso y en un estado de total confusión, observé como el cuerpo ya sin vida de Oscar era cubierto completamente por una masa gelatinosa informe y pestilente. Era evidente que se lo estaba devorando, ya que podía ver como un charco de espesa y sangre negra se iba explayando por el suelo como una extensión de la misma mancha. Después todo fue oscuridad.

No sé cuanto tiempo estuve inconsciente, solo recuerdo que cuando desperté, ya no estaba mas en mi cuarto, alguien me había sacado de allí. De pronto, recordé el momento en que mi amigo Oscar había sido devorado por aquella extraña criatura y el sólo hecho de recordarlo me produjo una sensación de escalofrío que recorrió parte de mi cuerpo he hizo erizar los cabellos de la nuca y la piel. 

Lo que había vivido era difícil de aceptar de una manera racional, todo parecía ser más bien una historia salida de la imaginativa mente de Howard Philips Lovecraft o Edgard Allan Poe, aunque en lo profundo de mí sabía que todo lo sucedido no era un fantástico relato, sino una cruel realidad. 

Lo que vino de después fue más aterrador aún, la voraz mancha siguió creciendo y se convirtió en una amenaza incontrolable para la humanidad. El setenta por ciento de la población mundial se vio afectada por el pavoroso monstruo y los científicos hasta ahora no han encontrado la manera de detenerla. 

Después de aquella traumática experiencia, me he recluido en un antiguo templo desde donde estoy escribiendo este sintético relato para que si alguien alguna vez lo encuentra, conozca la historia y sepa porque la raza humana pudo desaparecer de la faz de la tierra. Espero que la hambrienta mancha tarde algún tiempo más en llegar hasta aquí… aunque desde hace unos días en una de las paredes del monasterio estoy empezando a notar una pequeña mancha color gris plomizo….